(Artículo publicado en Mercurio-3, 2. trimestre 2004)
SEGUNDA PARTE
En primera parte de este artículo he expuesto una serie de argumentos a favor del zodiaco sidéreo. Tomé como punto de partida el hecho de que el sistema astrológico fue concebido en una época en que los astrólogos utilizaban un zodiaco sidéreo, cosa que siguen haciendo los hindúes, cuya astrología a su vez está directamente filiada en la tradición caldeo-helénica. Expuse también cómo la astrología occidental de los últimos siglos ha ido diluyendo el papel estructurante que tenía el zodiaco en su origen, sobre todo el papel de las dignidades planetarias. En la última parte del artículo ofrecí una breve interpretación de algunos factores marcantes en los horóscopos (calculados con el zodiaco sidéreo) de tres personajes bien conocidos; en definitiva lo que más justifica la utilización del zodiaco sidéreo es el alto grado de predictibilidad que se alcanza en la práctica. En esta segunda parte quisiera plantear la cuestión de los zodiacos tropical y sideral desde un punto de vista más teórico, y en conexión con el simbolismo de las tradiciones sagradas.
El zodiaco tropical y sus limitaciones
El zodiaco tropical tiene la ventaja de poder definirse de una manera unívoca y precisa. Podemos calcular con exactitud la posición del punto vernal, y éste además tiene que ver con un fenómeno bien conocido: marca, junto con los solsticios, las cuartas del año. Este es uno de los argumentos principales que suelen esgrimirse a favor del zodiaco tropical. Y al relacionar el zodiaco con fuerzas naturales observables, parece tener cierta justificación científica. Pero a la hora de explicar el esquema y la simbología zodiacal con ayuda de las estaciones anuales, empiezan los problemas.
Juan Kepler (siglo 17) en su día escribió: “No hay nada más indignante que la casi exclusiva preocupación de ciertos astrólogos por repartir los doce domicilios entre los siete planetas, con credulidad infantil y sin ningún razonamiento o método científico, e idear regencias y cambios momentáneos de poder, como si nos encontraramos en la vida política humana; de ahí proviene toda magia y superstición astrológica. Concederemos que en algunos casos la probabilidad apoya esta división – como en el caso de Saturno, al que se le adjudican los signos hiemales. … pero en casos como Júpiter en seguida se demuestra el sinsentido.” (1)
A continuación nos remite al astrólogo suebo Juan Stöffler (maestro de Melanchton y de Schöner, uno de los editores de Copernico), que “rebatió esta parte de la astrología con los métodos de la ciencia” en 1523, y a Pico de la Mirandola, que refutó la astrología en su totalidad en sus “Disputationes aduersus Astrologiam” (Boloña 1495).
En la interpretación que a sus 26 años hace del propio horóscopo, Kepler no menciona en ningún momento los signos, ni siquiera el signo ascendente. Toda la interpretación se basa en los aspectos y en las posiciones domales. En el famoso análisis que hace del horóscopo de Wallenstein (1608) demuestra conocer como se determina al regente natal o almuten de la carta según “la mayoría de los astrólogos” (basándose en las dignidades en el Ascendente, el Sol y la Luna), pero deja claro: “tampoco le doy mucho crédito”. Kepler y otros astrólogos críticos de su época trazan una vía muy extendida en la astrología occidental moderna, que pone énfasis en los aspectos o armónicos, puntos medios etc., y en las posiciones domales (sobre todo angulares) de los planetas, y tiende a ignorar las dignidades planetarias, y en algunos casos los signos en general. Kepler en realidad es muy consecuente, si se tiene en cuenta que su argumentación viene condicionada por las premisas de la física aristotélica y por la visión ptolemaica de la astrología. Claudio Ptolomeo relacionaba el influjo astral con las cualidades primitivas de la filosofía natural aristotélica (cosa que no encontramos en Doroteo o en Vettius Valens). La astrología ptolemaica de hecho es muy „meteorológica“ – y muy causalista. Y también Kepler se interesó mucho por los efectos meteorológicos de las configuraciones planetarias, aunque su explicación de tales influjos fuera más elaborada. Pero no puede seguir la justificación que da Ptolomeo de los domicilios.
La manera ptolemaica de entender el efecto astrológico como influjo cuasi-físico - idea que ha prevalecido en la Europa cristiana – nos lleva a un callejón sin salida: no creo que sea posible explicar meramente en base a fuerzas físicas el significado astrológico de un planeta (del mismo modo que la reacción bioquímica en el cerebro nunca nos revelará el contenido de conciencia que acompaña). El dato físico es un indicador, todo lo más un substrato, pero no explica el fenómeno de conciencia que augura. Aparte de esto es posible que Kepler – que por lo demás era un defensor de la astrología – empezara a darse cuenta de que las dignidades planetarias no funcionan satisfactoriamente.
Pero aun si aceptamos – al margen de las dignidades planetarias - la simbología zodiacal como reflejo del ciclo estacional, se nos presenta otro problema: en el hemisferio Sur las estaciones son contrarias a las del hemisferio Norte. ¿Es entonces el Aries argentino un Libra? ¿Si salgo de viaje en avión con Júpiter en Cáncer, en el momento de cruzar el ecuador se invierten los signos, y llego con Júpiter en Capricornio? A este problema hay que sumarle que en latitudes tropicales no encontramos la secuencia estacional a la que estamos acostumbrados los europeos – incluidos los antiguos griegos. Vemos que el intento de justificar los signos zodiacales y sus domicilios en base a las estaciones del año nos lleva a contradicciones de difícil solución. ¿Pero es esto razón suficiente para abandonar totalmente la teoría de los domicilios planetarios, como hacían Stöffler y Kepler y han seguido haciendo muchos astrólogos hasta hoy en día? Desde luego resulta coherente atribuirle a los equinoccios y solsticios un significado astrológico, en tanto que indican momentos críticos en el ciclo de revolución solar. Es indudable que el tránsito del Sol y de otros planetas por estos puntos es de suma importancia, sobre todo para cuestiones de astrología mundial. Se ha podido constatar sin ir más lejos el 11 de Septiembre de 2001, cuando Marte y la Cola del Dragón transitaban el soslsticio de invierno, y en exacta oposición al eclipse solar previo. Y también la conjunción Urano-Neptuno de 1821 a 3° del solsticio marcó con la revolución industrial un cambio con consecuencias sin parangón para la humanidad (e incluso para el planeta, como nos descuidemos) (2).
El que estos puntos definan una especie de campo energético descriptivo de la relación Tierra-Sol es una idea que no debemos de abandonar. La cuestión es si este campo es el que originalmente plasmaron los astrólogos en el simbolismo zodiacal, y si este concepto permite explicar los domicilios planetarios y demás dignidades. ¿No se tratará más bien de un campo de tipo zodiacal, pero de naturaleza diferente del zodiaco (sideral) propiamente dicho al que se refiere originalmente la tradición?
La opinión de Kepler me parece consecuente también por otra razón. Al fin y al cabo Kepler era un defensor del heliocentrismo. Aunque no sea cierto lo que pretenden algunos detractores de nuestra ciencia al decir que la astrología se volvió obsoleta con la revolución copernicana, en el caso específico del zodiaco el heliocentrismo tiene implicaciones importantes. La visión geocéntrica concebía el zodiaco (tropical) como primum mobile, como última esfera incluyente, dentro de la cual se movían la esfera de las estrellas fijas (praecessionis motu) y las esferas planetarias, y la cual transmitía a estas esferas inferiores su movimiento diurno. La astrología occidental ha heredado el zodiaco tropical en conexión con esta visión geocéntrica del universo. Esta última esfera se pensaba movida por Dios, creador del Universo.
Paradójicamente esta idea del zodiaco tropical tal y como lo concebían Ptolomeo y los astrólogos medievales no es compatible con el heliocentrismo. Porque ahora el punto vernal y el comienzo del ciclo anual resulta ser una función del movimiento de tanslación de la Tierra alrededor del Sol. El zodiaco deja de ser entonces la esfera referencial que incluye el movimiento de los demás planetas. Deja de guardar una relación con las eferas u órbitas planetarias. Y no creo que sea casualidad que los dos últimos gigantes de la astrología del siglo 17, Morin de Villefranche y Plácido de Titis, que hicieron un último esfuerzo heróico por explicar la astrología clásica racionalmente y en concordancia con las premisas aristotélicas y ptolemáicas, fueran defensores del geocentrismo. No olvidemos que fue en gran parte el legado de estos autores – junto con el más pragmático William Lilly, sin duda - el que sirvió de referencia para el renacimiento de la astrología en el siglo 19. Astrólogos heliocentristas como Juan Kepler o Abdias Trew (siglo 17) (3) pusieron en duda el zodiaco (no la astrología en su conjunto).
Mitos cosmogónicos
La idea del cielo estrellado como una matriz envolvente es muy antigua, y tiene un carácter arquetípico muy profundo. Tenemos por ejemplo a la diosa egipcia Nut – personificación del cielo nocturno – que era representada como bóveda estrellada en forma de mujer, o a veces en forma de vaca de cuyos odres surgía la Via Láctea. Se representaba en el interior de los sarcófagos con brazos abiertos, dispuesta a recibir al difunto faraón, que se consideraba su hijo y acompañante, a su vez personificación del Sol. Esta diosa está relacionada con la antigua divinidad Neter o Netri, que algunos traducen directamente por “Dios”, y que se considera la representación de una divinidad suprema o primordial entre los egipcios. Otros traducen el nombre por “océano divino”, ya que representaba el océano uterino primordial del que emanarían todas las formas de vida. Es la misma idea que encontramos en la Prakriti hindú. El vocablo neter podía además designar diosas del destino encargadas de crear las condiciones de vida de los hombres.
Según el mito esta Gran Madre engendró al Sol, el cual muere cada día volviendo a su seno – estableciéndose una interesante analogía entre el océano terrestre y las aguas cósmicas. Encontramos analogías con la Tiamat sumera – acompañante de Absu, el dios primordial, y personificación de la materia y el caos primigenios – o mismamente con las “aguas” sobre las que aleteaba el espíritu de Dios al inicio del relato bíblico. En el mito caldeo, cuando al comienzo de la creación regían Ab-Su y Tiamat con su hijo Mummu - “nacido intemporalmente” - dice el texto que “destino y fortuna les eran ajenos”. Una vez que Marduk vence a Tiamat y ordena el universo, “midió el cuerpo de Ab-Su y fundó a su imagen y semejanza a Esharra, la casa del Universo …y puso las tablas del destino en su pecho” (epopeya de Gilgamesh).
Neter o nether está emparentada con los vocablos “natura” y “nutrir”. De la palabra egipcia nu – significando “océano primigenio” - se deriva la hebrea nun, que quiere decir “pez”. En el alfabeto hebreo la letra nun sigue a mem, significadora de “mar”, y una de las tres letras madres (junto con alef y shin). En griego delfos significa tanto “pez” como “seno”, y es sabido que antes de su usurpación por el nuevo dios (solar) Apolo el oráculo de Delfos pertencía a Temis, la diosa de las leyes eternas, emparentada con la Tiamat caldea. En la cultura griega nos encontramos con las tres Moiras o Parcas - Átropos, Cloto y Lachesis – que regulaban la duración de la vida y el destino. Según la genealogía, se consideraban hijas de Zeus y Temis, o bien directamente de la Noche. Esta última versión las hace pertenecer pues a la primera generación divina. Se trata de una de las muchas variantes de la triple Gran Madre, y es una figura que aparece en muchas culturas, como por ejemplo las hadas (palabra derivada de fatum, el hado) madrinas, que visitan al recién nacido para depararle su destino.
Una de las representaciones más extendidas de la Virgen María es precisamente con un manto estrellado. De hecho todas estas conexiones mitológicas se funden en la historia del nacimiento de Jesucristo, otro dios solar que la Gran Madre engendró por mediación del espíritu divino. El símbolo de la Virgen de hecho nos remite a un estado primordial. No olvidemos en este contexto que Jesucristo es considerado una encarnación del Hombre primordial, del Adam Kadmon, el Maha Purusha de la cosmogonía hindú. Este Hombre Cósmico se considera representado precisamente en la banda zodiacal. Es el arquetipo del ser humano en el que se basa la melotesia astral.
En el zodiaco la simbología del pez y del agua cósmica la encontramos precisamente en los signos de Capricornio (cuya cola de pez forma la segunda parte del signo) y Acuario, regidos por Saturno, la última esfera planetaria, la más “cercana” al cielo estrellado. Ambos signos se hallan en el extemo del eje sobre el que se ordenan los domicilios planetarios. En la cábala hebrea la esfera Binah (Entendimiento), cuya representación en el Mundo temporal (Assiah) es Saturno, se relaciona con la Madre celestial y con el oceano primordial o cósmico.
La Madre reina sobre el nacimiento y la muerte, es el principio divino que crea la temporalidad. La sefirah complementaria de Binah, es decir Chokmah (Sabiduría), es representada en el Mundo por el zodiaco. Pero el árbol cabalístico solo conoce un zodiaco, mientras que la sefirah suprema Kether (Corona) podría relacionarse con el centro galáctico, patrón, en un nivel sistémico superior, del principio solar representado en Tifareth, la siguiente sefirah del pilar central. De hecho para muchos cabalistas modernos el atributo de Kether en Assiah es el primum mobile, pero no en el sentido antiguo, sino en el de “poder primordial y final…la nebulosa que se convirtió en polvo cósmico del que provenimos…” (4). En Kether todavía no se ha expresado el movimiento cíclico, que aparece prefigurado en Chokmah, cuyo coro de ángeles se denomina Aufanim, que suele traducirse por “ruedas”. La raíz Auf significa “rodear, circundar”.
En el mito de Gilgamesch la entrada en Acuario viene simbolizada por su encuentro con Utnapishtim, el Noé sumerio, que por fin le revelará el secreto de la vida eterna. El paso de Capricornio a Acuario simboliza un momento crítico en la evolución del alma, en el que superan las ataduras del ego, transcendiendo la existencia temporal (Saturno es el rey de la Edad de Oro), o se vuelve a iniciar un ciclo de encarnación.
Sistema Solar y Via Láctea
Todas estas imágenes arquetípicas son muy sugerentes. A mi entender describen simbólicamente algo que de hecho es corroborado por la ciencia moderna: El Sol con su sistema planetario forma parte de nuestra galaxia, la Vía Láctea, y literalmente puede decirse que ha sido creado, ha emanado de su seno. El cielo que percibimos cada noche, con sus estrellas fijas, no es otra cosa que esa Vía Láctea, verdadera matriz del sistema solar al que pertenecemos. Y - aunque no sepamos exáctamente cómo – parece lógico pensar que exista una conexión entre los diversos constituyentes del sistema solar y la Vía Láctea de cuyo seno ha surgido.
Una de las diosas egipcias emparentadas con Nut o Neter es Hator (Hat-Hor = casa o seno de Horus). Se consideraba también Madre de los dioses y los reyes. Pero según algunas fuentes había siete Hatores, las siete comadronas que asisten al nacimiento de las esferas planetarias.
Desde un punto de vista sistémico la Tierra – o mejor dicho el sistema Tierra-Luna – pertenece al sistema solar, pero éste en su conjunto pertenece al sistema galáctico. Esto viene magníficamente representado en el pilar central del árbol cabalísitico. Cada sefirah representa un nivel sistémico diferente: Kether al centro galáctico, Tifereth al Sol, Yesod a la Luna, y por último Malkuth a la Tierra.
La percepción del cielo estrellado – es decir la galaxia – como lugar en el que viven y se desenvuelven los dioses planetarios, y del que en última instancia son “hijos”, sucesores y representantes, es muy natural, y puede rastrearse hasta los orígenes de la Historia. Creo que, precisamente como astrólogos, deberíamos de tener muy en consideración estos mitos y analogías, ya que velan un conocimiento muy profundo de la cosmogénesis. La simbología planetaria bien puede concebirse como ligada a las diversas partes del zodiaco, aquella matriz en la que están prefiguradas todas las formas de vida (el círculo de imágenes – zodion - de animales en el cielo).
El zodiaco sidéreo mantiene en el heliocentrismo la cualidad original de esfera envolvente: es el espacio estelar que circunda al sistema solar, dividido en aquellos 12 „campos“ arquetípicos que llamamos signos zodiacales. Los planetas pueden concebirse como moviéndose en esta matriz, habitando en los diferentes signos, sus „casas“. Estos signos no dependen del movimiento terrestre, sino que pueden concebirse como representación o codificación del medio que circunda al sistema solar, aunque no tengamos claro a qué se debe la orientación específica de la banda zodiacal (5). Desde un punto de vista sistémico la Vía Láctea forma el nivel superior al sistema solar. Este ha sido engendrado por las fuerzas de la galaxia.
Las estrellas, la Luna y el calendario
Hemos visto que en la mitología se asocia una y otra vez el océano con el cielo estrellado, o con el “abismo” de cuyo seno surgen las estructuras del cosmos. En el Génesis Elohim crea “el firmamento entre las aguas, que separe las unas de las otras” en el segundo día de la creación. Por otro lado, el agua elemental y los mares se asocian con la Luna, símbolo astrológico de la madre por excelencia. En la Tierra, la vida ha surgido de un mar primigenio, y el ciclo lunar está íntimamente conectado con la reproducción y gestación de la vida. Tenemos aqui una clara analogía según el axioma hermético: así como la vida en la tierra ha surgido del océano, los sistemas solares – las formas de vida cósmicas – han surgido de la gran nebulosa protogaláctica, el océano cósmico. Si mantenemos la idea de niveles sistémicos o de esferas, vemos que la esfera de la Luna es a la Tierra lo que la esfera de las estrellas – la galaxia – es al sistema solar. Y los planetas (con la Tierra) son al Sol lo que las estrellas fijas (con el Sol) al centro galáctico.
El zodiaco siempre se ha considerado una representación del microcosmos, sea el hombre propiamente dicho, o la diversidad de los seres vivos, o las diferentes regiones de la Tierra. Hemos visto que de las divinidades relacionadas con el cielo nocturno y con el caos primordial habían emanado las formas de vida. Ahora bien, según el axioma hermético la vida en la Tierra sería un reflejo de las formas arquetípicas plasmadas en el cielo. El zodiaco en cierto modo es el patrón que, vitalizado y mediatizado por el Sol y los planetas, se refleja en las diversas formas de vida en nuestro mundo. En el simbolismo astrológico es la Luna, última esfera inmediatamente superior a la Tierra, la que representa la gestación y reproducción de las formas y vivencias concretas. Encontramos en el simbolimo tradicional dos aspectos de la Madre: la Madre cósmica, relacionada con la bóveda celeste, y el aspecto Tierra (Gaia), o Tierra-Luna, que astronómicamente forman una unidad.
El cielo nocturno con sus estrellas siempre se ha relacionado con la Luna, ya que de día no vemos estrellas. Los primeros calendarios también fueron lunares, y posiblemente el sistema de 27 (o 28, según la tradición) casas lunares sea más antiguo que el zodiaco de doce signos. La división en 27 mansiones o nakshatras – muy importante en la astrología védica - surge del movimiento de la Luna dia a día en el curso de una revolución (de 27,3 días de duración). Pero también la división en doce signos debió de surgir de la observación de la Luna llena un mes tras otro.
Las tres divisiones más importantes del círculo representan los números „ideales“ o armónicos más próximos a los tres ritmos básicos del cosmos: el grado corresponde al movimiento del Sol en un día (365,25 días -> 360 grados), la mansión al movimiento de la Luna en un día (27,3 días -> 27 mansiones), el signo al movimiento del Sol en un mes (12,3 sínodos Sol-Luna de 29,5 días -> 12 signos). La estructura que para nosotros toma esa matriz cósmica evidemente tiene que ser la de los ciclos que crean los niveles sistémicos inferiores (día, mes, año). El devenir (tiempo, perceptible y medible a tavés de los tres centros sistémicos) va recreando los arquetipos o potencialidades existentes en la Galaxia.
El zodiaco sidéreo, tal y como se concibe por ejemplo en la astrología védica o hindú, divide el círculo según estos tres ritmos, partiendo de un punto común (en cierto modo tres, pues coinciden siempre en la transición de signos de agua a signos de fuego). Más allá de esto la astrología védica utiliza varias divisiones de los signos en unidades menores. La conexión entre las 27 mansiones (de 13°20’ cada una) y los signos (de 30°) la establece la división en 9 partes de un signo, llamada navamsa (3°20’). A partir de las posiciones planetarias y del ascendente en los navamsas se calcula la carta divisional más importante después del radical.
Una mansión lunar o nakshatra está formada por cuatro navamsas (llamados padas), nueve navamsas hacen un signo, y 108 Navamsas hacen el Zodiaco completo. 108 son los años mayores de la Luna en la tradición helénica, mientras que 120 son los años del Sol – un trígono incluye 120 grados, y nueve nakshatras (existe una relación numérica entre los años del Sol y la Luna y los de los restantes planetas según la tradición helénica, en que no puedo profundizar aqui).
El zodiaco sidéreo forma pues el transfondo sobre el cual se codifican estos ritmos y armonías, así como los demás ritmos planetarios, que en sí mismos son independientes del ciclo anual.
El problema del Ayanamsa
Ahora bien, se plantea la cuestión, ciertamente difícil, de porqué está orientado el zodiaco sidéreo del modo en que lo está. Por lo pronto la posición de las mansiones lunares y de los signos nos viene transmitida desde antiguo – las constelaciones del zodiaco pueden remontarse a la época sumeria, y las mansiones lunares ya vienen citadas en los textos védicos más antiguos.
Los antiguos utilizaban estrellas fijas como puntos fiduciales: los caldeos parece que definieron a Aldebarán (o el eje Aldebarán-Antares, en exacta oposición) como centro del signo de Tauro, y los hindúes, según las fuentes, a la estrella Revati como principio de Aries, o a Spica como 0° Libra. En esta última definición se basa Lahiri, cuyo ayanamsa fue aceptado oficialmente por el Gobierno hindú. Existen también cálculos basados en la doctrina de las eras cósmicas (Manvantaras, Kalpas y Yugas) en los que no me voy a detener aqui.
Ahora bien, el que los antiguos utilizaran estrellas fijas para definir la posición de los signos etc. no significa que vieran en cada caso a tal estrella como un factor cósmico especial. Más bien se trataba de marcas en el cielo, utilizadas para poder ubicar el zodiaco con facilidad. Tenían una función práctica.
La mayoría de los ayanamsas que se utilizan hoy en día en la astrología hindú y en la astrología sidérea occidental difieren entre sí en unos tres grados como máximo. Los más extendidos son los siguientes, en orden de magnitud:
1. Cyril Fagan, basándose en el zodiaco de los caldeos, según el cual Aldebarán estaría a 15 grados de Tauro, establece un ayanamsa que, ligeramente corregido por Garth Allen, es de 0° en 221 d.C. Para el año 2000 el ayanamsa asciende a 24°45’.
2. El ayanamsa de Lahiri asciende a 23°51’ para el año 2000. El año cero, en que coincidiría el punto vernal con cero Aries, es 293 d.C.
3. B.V.Raman postula otro ayanamsa, muy extendido también entre los hindúes, de 22°26’ para el año 2000. El año cero fue el 394 d.C. Muchos consideran este ayanamsa como el más exacto a la hora de hacer predicciones.
Existe un ayanamsa que se funda en el Suryasiddhanta, obra astronómica del siglo 5/6 d.C. Fué adoptado por los astrólogos sasánidas y árabes, y postula como año cero 498 d.C. El ayanamsa para el año 2000 ascendería a 20°58’. El famoso astrólogo inglés Sepharial también adoptó este Ayanamsa en sus estudios sobre astrología hindú, pero hoy en día muy pocos siguen esta teoría.
Quisiera dejar claro que el hecho de que no exista un consenso referente al Ayanamsa no implica que el zodiaco sidéreo sea en sí una falacia. Existe un zodiaco (de 12 signos y de 27 mansiones) que en la práctica funciona muy bien, aunque no sepamos exáctamente en qué se basa. Si el hecho de existir diferentes ayanamsas fuera razón suficiente para descartar el zodiaco sidéreo, el lector debería tirar inmediatamente a la basura el sistema domal con el que está trabajando!
Una conjetura operativa
Si el zodiaco refleja un campo energético galáctico, ritmificado por los ciclos más importantes de los tres sistemas inferiores – año (revolución solar), mes (revolución lunar), día (revolución axial) – parece consecuente buscar el punto referencial o fiducial de tal zodiaco en la estructura de la galaxia, o en su conexión con el plano del sistema solar.
De entre las estructuras galácticas que a mi juicio podrían definir el zodiaco tenemos (doy los datos en coordinadas tropicales, para poder compararlas, y para el año 2000):
1. el centro galáctico (CG) a 26°54’ Sg y a 3°45’ de latitud ecliptica.
2. el punto de intersección entre la eclíptica y el ecuador galáctico (E/EG), a 29°58’ Sg.
Ambos puntos se hallan cerca uno de otro, en los primeros grados del signo de Sagitario sideral. El hecho de que el solsticio de invierno esté precesando en nuestros días por el punto E/EG creo que es muy significativo desde un punto de vista astro-mundial.
De estos dos puntos, me inclino por el punto de intersección E/EG como punto fiducial del zodiaco sidéreo, ya que guarda analogía con otros factores de primera importancia en astrología: el ascendente (intersección horizonte/eclíptica), el punto vernal (intersección ecuador/eclíptica) y los nodos lunares (intersección órbita lunar/eclíptica). La cuestión podría quedar zanjada, si pudiéramos adoptar este punto como cero grados del signo de Sagitario. Pero lo cierto es que esto se desviaría demasiado de los ayanamsas que los expertos consideran (a mi juicio con razón) que “funcionan” mejor – me refiero en primer lugar a los ayanamsas de Lahiri y Raman, así como otros valores utilizados por astrólogos védicos, y que suelen estar entre estos dos.
Lo que sigue es una conjetura mía que no considero concluyente, pero que cuadra muy bien con los resultados prácticos al analizar horóscopos en detalle. Es un intento de casar el dato astronómico con la ubicación tradicional del zodiaco y la experiencia práctica, y por el momento la considero meramente una hipótesis de trabajo.
Desde un punto de vista geocéntrico (o heliocéntrico, en este caso da igual), la Via Láctea y el ecuador galáctico ascienden por Géminis (sideral) y descienden por Sagitario. Se trata de un movimiento muy lento, originado por la revolución del Sol alrededor del centro galáctico en unos 240 millones de años. Tal vez sea significativo que la aparición del hombre sobre la Tierra hace unos 3 o 4 millones de años coincidiera con el cruce del centro galáctico por la eclíptica. Pero esto ya sería paleontoastrología…
En textos árabes encontramos a veces la indicación de que la Cabeza del Dragón (nodo lunar ascendente) se exalta a 3° de Géminis, y la Cola del Dragón a 3° de Sagitario. ¿Podría esto guardar relación con la zona en que cruza la Vía Láctea la eclíptica? Lo cierto es que las mansiones lunares hindúes se reparten entre los siete planetas y los dos nodos, de tal manera que el nakshatra que comienza a 0° de Sagitario (sideral) – Moola - es regido por la Cola (Ketu), y el nakshatra que comienza a 6°40’ de Géminis – Ardra - es regido por la Cabeza (Rahu; ver dib.). He aqui dos tradiciones muy parecidas, y ciertamente sugerentes, dada la analogía entre los nodos y la intersección E/EG, y la implicación de las dos luminarias (niveles sistémicos mediadores entre Galaxia/zodiaco y Tierra) en el fenómeno de los eclipses.
Se consigue un grado alto de coincidencia con los ayanamsas arriba citados, si se considera al punto E/EG como centro del nakshatra Moola, a 6°40’ de Sagitario. El punto opuesto - punto de intersección ascendente – definiría el comienzo de la mansión lunar Ardra, a 6°40’ de Géminis. El ayanamsa para el año 2000 sería de 23°18’21’’, y el año cero sería el 332 d.C. Por cierto, Moola en sánscrito significa “raiz”.
El hecho de tomar el centro de la mansión Moola – primer nakshatra de un signo de fuego, y por tanto de una de las tres series de nueve – y no el comienzo, tiene su paralelismo: los caldeos consideraban al equinoccio de primavera como dia 15 del mes Nissan, es decir en el centro de su división duodenaria del año, y hemos visto que tomaban Aldebarán como centro del signo de Tauro. Los hindúes utilizan a veces las cúspides del sistema de Porfirio como centro de las respectivas casas, y los centros de los signos zodiacales son considerados los lugares en que los planetas adquieren más fuerza, mientras los últimos y primeros grados son débiles (sobre todo el último grado de un signo resulta ser muy crítico).
Se trata de elucubraciones no concluyentes. Los resultados con este ayanamsa en la práctica parecen excelentes, pero creo que es demasiado pronto como para sacar conclusiones definitivas, y debemos seguir estudiando las posibles relaciones entre los factores más importantes de la galaxia (o del cosmos en su conjunto) y las estructuras zodiacales transmitidas por los caldeos y los hindúes. (6)
Naturaleza y significado del zodiaco tropical
Una vez aclarado en lo posible el carácter y la orientación del zodiaco sideral, se plantea la pregunta de cual es entonces el significado del zodiaco tropical.
Desde la visión heliocéntrica el zodiaco tropical habría que entenderlo como un campo energético terrestre. Imaginemos que estamos situados sobre el polo Norte y nos „identificamos“ con el eje terrestre. El ecuador sería el horizonte de la Tierra, que corta la eclíptica en los dos puntos equinocciales, de manera que los puntos cero Aries/Libra tropicales formarían el eje ascendente-descendente. En el curso de un año (para el polo norte análogo a un día), el Sol saldría por el horizonte en el equinoccio de primavera, culminaría en el solsticio de verano, y se pondría en el equinoccio de otoño.
Alfred Witte, fundador de la famosa escuela de Hamburgo, en consecuencia llama al zodiaco „casas de la tierra“. En 1922 escribe: „La influencia de los planetas sobre el cuerpo de la Tierra es causada por la posición de los planetas con respecto al plano meridional de la Tierra, Cáncer-Capricornio… 0° de Cáncer es el punto de intersección del meridiano terrestre con la eclíptica...“ y más abajo: „El horóscopo de la Tierra es pues determinante para la humanidad en conjunto.“ (7) Una de las consecuencias que saca Witte para la interpretación es que “si los planetas el 22 de Diciembre (solsticio de invierno) se hallan en aspecto (la escuela de Hamburgo utiliza solo aspectos en el orbe de un grado) con los planetas radicales, el suceso indicado ocurre con otras personas, ya que la radiación sobre la Tierra el 22 de Diciembre abarca a toda la humanidad” Al menos esto sería válido – puntualiza – para el hemisferio norte. En otro artículo Witte nos introduce en el tema del horóscopo terrestre con las palabras: “la configuración planetaria del momento actúa siempre como si la persona que sufre el suceso fuera el único poblador de la Tierra, o mejor, como si fuera propietario único del cuerpo terrestre.” Los signos tropicales según esta concepción son „casas de la Tierra“, y guardan analogía con las casas individuales del horóscopo, más que con los signos zodiacales sidéreos (que por lo demás no admite la escuela de Hamburgo). El zodiaco tropical u horóscopo terrestre puede considerarse un sistema de casas referentes al colectivo humano en conjunto, pero el sistema de dignidades del cual se deriva el significado arquetípico de los signos, carece de conexión con este sistema. Alfred Witte y sus seguidores de hecho no trabajan con las dignidades. Pero sí valoran el punto vernal y los demás puntos cardinales como factores independientes, susceptibles incluso de ser dirigidos en una carta natal (podría planetearse aqui la pregunta: con respecto a qué transfondo?). Eso sí, a partir de su análisis sobre la naturaleza de las casas terrestres concluye que el signo de Libra corresponde a la casa primera, el signo de Escorpio a la casa segunda etc. No voy a entrar ahora en esta cuestión.
Estas ideas de Witte, a mi juicio muy sugerentes, se corresponden en cierto modo con lo que dice la doctrina de las eras zodiacales en la astrología occidental: el punto vernal se considera como un indicador del colectivo humano, cuyo „carácter“ se plasma en los diferentes mitos, religiones y formas de cultura de cada época. Pero esta presunta influencia sobre la evolución de la cultura humana se atribuye a un zodiaco sideral, cosa que muchos parecen olvidar en cuanto alguien postula la eficacia de este zodiaco. En nuestro tiempo, y en toda la época que va desde el final del Imperio Romano, sería el signo de Piscis (o el eje Virgo-Piscis, según se mire) el que daría el arquetipo dominante. A partir de aqui pueden describir las actitudes básicas del colectivo humano hacia diferentes ámbitos de vida, dependiendo de en qué signos se hallan las diferentes casas terrestres.
El que el punto vernal y los demás puntos cardinales sean factores decisivos a la hora de analizar la situación de la humanidad en conjunto, explica porqué la entrada del Sol en el grado cero de Aries tropical (o cero de Capricornio, si seguimos a Witte y otros autores) marca tendencias importantes a nivel mundial. Esto tiene sentido también desde un punto de vista astronómico, ya que es la revolución de la Tierra alrededor del Sol la que genera estas casas terrestres. Pero esto no quita que podamos (y debamos) interpretar estas configuraciones sobre el transfondo del zodiaco sidéreo (incluyendo las dignidades planetarias).
El punto vernal sería pues un ascendente colectivo que se desplaza lentamente de un signo a otro, en virtud de la precesión de los equinoccios
Hipótesis de trabajo para los dos zodiacos
Como colofón deduzco las siguientes hipótesis:
1. El zodiaco sidéreo (incluidas las 27 mansiones lunares y demás divisiones) es la matriz arquetípica que sirve de referencia para todos los factores de un horóscopo, incluidos el punto vernal y demás puntos cardinales.
2. El zodiaco sidéreo crea una estructura que articula las casas del horóscopo (contadas desde el ascendente, desde la parte de la fortuna o desde cualquier otro factor del horóscopo, como era usual en la astrología clásica), los aspectos, asi como las diferentes unidades de tiempo pertinentes para el pronóstico (sean profecciones, grados igual a un año, términos, o el sistema Vimshottari Dasa).
3. Este zodiaco representa el medio en el que se mueven los planetas del sistema solar y la Luna, y el cual es responsable de las características y del estado cósmico de los diversos factores del horóscopo. Esto incluye el concepto de domicilio, exaltación y demás dignidades.
4. El zodiaco tropical es un sistema de casas de la Tierra. Representan diferentes ámbitos vitales colectivos, que a su vez son informados por los signos zodiacales sidéreos. Esta información es difícil de distinguir, dado que evoluciona muy lentamente, cambiando el punto vernal de signo cada 2150 años.
5. En la carta natal individual las posiciones del Sol y de los planetas en las casas de la Tierra indicarían como se integra el nativo en el entorno cultural en que vive, y en qué ámbitos se involucra a nivel colectivo.
6. Las casas de la Tierra indicarían además cómo las actitudes sociales hacia diferentes ámbitos de vida condicionan al nativo, según la posición de sus planetas etc. en estas casas de la Tierra.
7. Las casas de la Tierra serían especialmente importantes para la astrología mundial (a la que por cierto Ptolomeo daba prioridad), y los pasos del Sol por sus puntos cardinales mantendrían su validez predictiva.
Partiendo de la perspectiva sideral se impone una comprensión nueva de los signos tropicales en el sentido de casas de la Tierra, como han postulado Alfred Witte y otros astrólogos modernos. Esta visión permite integrar ambos „zodiacos“ de una manera coherente, sin tener que sacrificar principios fundamentales de la astrología clásica, como son las dignidades planetarias y la concepción de „casa“ como posición relativa de los signos con respecto al ascendente u otro factor crucial de la carta.
Espero haber proporcionado algunas ideas interesantes como incentivo para tal integración. Sobre esta base podrían volver a acercarse aquellas dos tradiciones gemelas que llevan siglos andando por caminos separados: la astrología védica y la astrología occidental.
(1) Johannes Kepler, Von den gesicherten Grundlagen der Astrologie („De los fundamentos seguros de la astrología“), ed. Chiron, Mössingen 1998.
(2) José Luis San Miguel de Pablos, Urano-Neptuno, un reloj astrohistórico, ed. Barath, Madrid 1988.
(3) AbdiasTrew, Grundriss der verbesserten Astrologie, ed. Chiron, Mössingen 1996.
(4) William G.Gray, The ladder of Lights, ed. Samuel Weiser, York Beach, Maine 1968
(5) He ensayado un primer acercamiento a ésta cuestión – aunque desde un punto de vista tropicalista – en mis artículos Sistemas astrológicos de posición (Meridian 3/94) y Las eras zodiacales (Meridian 1/2000).
(6) Este artículo lo escribí en el año 2003/2004. En la actualidad he elaborado, a partir de estucturas galácticas, una definición del Ayanamsha más coherente.
(7) Alfred Witte, Der Mensch – eine Empfangsstation kosmischer Suggestionen, ed. Witte-Verlag, Hamburgo 62