Rafael Gil Brand

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La octava esfera y sus implicaciones metafísicas, cosmológicas y astrológicas

Este es el texto de una ponencia que presenté en el Congreso Ibérico de Astrología celebrado en La Coruña en Junio de 2023.

La astronomía antigua y medieval denominaba "octava esfera" a la esfera de las estrellas fijas situada más allá de Saturno.

La octava esfera no es sólo un concepto de la astronomía antigua, sino que también forma parte de la especulación filosófica y religiosa que prevalecía en la época del surgimiento de la astrología clásica tal y como la conocemos hoy en día. En esta conferencia esbozaré algunas de las implicaciones de este concepto y su importancia para comprender el zodíaco.

También mostraré cómo los antiguos sistemas cosmológicos y metafísicos, en armonía con nuestra visión moderna del mundo, explican la naturaleza sideral del zodíaco.

Creación y expulsión del Paraíso - Giovanni di Paolo 1445

El mito gnóstico

El término "gnosticismo" se refiere a una corriente religiosa que se propagó en los primeros siglos de nuestra era. Aunque está estrechamente ligada al cristianismo, sintetiza en gran medida concepciones de origen persa, egipcio, y provenientes del platonismo, pero creando al mismo tiempo un mito y una cosmovisión particular y de tremenda fuerza sugestiva. Pese a la diversidad de los diferentes grupos y doctrinas gnósticas, el mito gnóstico puede resumirse del siguiente modo:

Dios es absolutamente transcendente e incognoscible, un Ser perfecto, ilimitado, pleno, autosuficiente, que vive en Sí Mismo, más allá de cualquier ser, divinidad o causa concebible. Pero esto no quita que venga acompañado de otra cara de Sí Mismo, que es Su conciencia, llamada también silencio, sabiduría, o espíritu, y considerada el lado femenino de Dios. De este Padre/Madre emana un tercer eón divino, el Hijo o Intelecto (Nous).

Este Ser supratranscendente, en su pura libertad piensa manifestarse, estableciendo un ámbito divino, una proyección de Sí Mismo, al que poder comunicarse. De este modo emanan de él una serie de eones - preferentemente por parejas o "sicigias" - que constituyen el pleroma, la totalidad o plenitud divina. El número varía según los sistemas. Todo esto ocurre "antes" o fuera de la temporalidad.

Aunque reflejan la pureza y perfección divinas, en un principio los eones no son plenamente conscientes de sí mismos. Uno de ellos - Sofia, o Logos, según los sistemas - desea llegar "antes de tiempo" al conocimiento del Uno. Este deseo se convierte en una pasión que produce una caída, un lapso o pecado que le hace situarse fuera del pleroma. Para salvaguardar la plenitud del pleroma, Dios rescata al eón caído por medio de un salvador, reincorporándole al pleroma. Sin embargo ocurre aquí una suerte de desdoblamiento: La sabiduría superior retorna al pleroma, pero su lapso ha constituido o engendrado una sabiduría Inferior que queda separada o exiliada del pleroma.

En este proceso emana de Dios un límite, manifestación de la escisión ocurrida por el lapso de Sofía. En la mayoría de los sistemas, este límite se plasma en la ogdóada, llamada así por constituir - al menos en su imagen inferior - la octava esfera que envuelve el cosmos en cuyo centro o fondo se formará la Tierra, la esfera de los cuatro elementos.

En un texto de la Biblioteca de Nag Hammadi denominado "Sobre el Origen del Mundo" podemos leer sucintamente:

“… Una vez que la naturaleza de los seres inmortales hubo terminado su proceso de procedencia del que es infinito, sucedió que una semejanza emanó de Pistis; la llaman Sofía. Esta semejanza experimentó una voluntad y pasó a ser una obra semejante a la luz primordial. Acto seguido su voluntad se manifestó como una semejanza del cielo que poseía una inconcebible grandeza. Se halla en el espacio intermedio entre los inmortales y los seres que vinieron después de ellos, con figura de cielo. Era como un velo que separaba al género humano de las realidades superiores.” (Sobre el Origen el Mundo 98, 11-23)

El producto de aquella acción de la sabiduría - sin concurso de una pareja y sin la voluntad del Padre - es el demiurgo, que en muchas escuelas gnósticas es considerado una sombra imperfecta, carente de conocimiento y por tanto vil. Este demiurgo es el que crea el universo material y psíquico - el Alma del Mundo o alma inferior - y en especial a siete arcontes, los espíritus planetarios, siendo él uno de ellos (asociado a Saturno, la séptima esfera). La sabiduría misma queda sumida en un estado de olvido, letargo e ignorancia.

El demiurgo y sus ángeles, maravillados por la imagen del hombre primordial reflejado en las "aguas Inferiores", crean al hombre en un intento de emular aquel hombre divino preexistente en el Pleroma. Por consejo de su madre Sofía, que en su misericordia desea dotar a esa criatura del elemento espiritual, el demiurgo le infunde su aliento. De esta manera, y sin darse cuenta, le transmite al Hombre el Espíritu divino que, como Hijo que es del eón Sabiduría, yace en él mismo. El hombre terrenal recibe una chispa del pneuma o espíritu divino, que se halla atrapado en el hombre psíquico y corpóreo.

Esto es a grandes rasgos el mito gnóstico.

El gnóstico es el hombre que, tomando conciencia de su origen divino, se siente desterrado, en un exilio lleno de sufrimiento, y recibe la llamada del Salvador - Jesucristo o el Logos - que suscita en él el recuerdo de su patria original. Este conocimiento o gnosis de su verdadera identidad y de la futilidad ilusoria de este mundo, operan en él un retorno y aseguran la salvación del alma - o mejor dicho del espíritu - después de la muerte.

La creación del cosmos planetario con sus 7 arcontes y del hombre psíquico y físico conlleva el surgimiento de la heimarmene o destino al que se ve subeditado el hombre. En muchos sistemas gnósticos, esta heimarmene se entiende como el instrumento con el cual los arcontes subyugan el alma humana. Sea como fuere, es mediante la salvación - por gnosis o por gracia divina - que el alma humana puede liberarse de las fuerzas del destino, acceder a la conciencia divina y restablecer su auténtica naturaleza espiritual o pneumática.

Imagen: Rafael Gil Brand

Precisamente aquí vemos claramente un núcleo doctrinal que el gnosticismo comparte con el cristianismo ortodoxo: Cristo viene a liberar al ser humano del pecado - léase de la heimarmene. Si entendemos - como hacían las escuelas platónicas y herméticas - la heimarmene, gobernada y administrda por los astros, como expresión y consecuencia de los propios actos - lo que en terminología hindú llamaríamos karma - el cese o disolución de esa trama kármica conlleva la liberación del alma, que a partir de ese momento ya no tiene necesariamente que reencarnar en este mundo de acá.

Este es un tema común en todas las grandes religiones: la meta es la salvación, liberación o transmutación del alma, sea mediante la fé en un acto salvífico por la gracia divina - como en el cristianismo y el gnosticismo - sea por la toma de conciencia de la propia identidad con el espíritu divino - un tema recurrente sobre todo en los upanishad hindúes, pero que es central también en el gnosticismo - o mediante la cultivación de una vida virtuosa - el camino predilecto de los filósofos platónicos o estoicos. Las tres vías - fé, gnosis y virtud - se complementan y forman parte - en mayor o menor grado - de todas las vías espirituales, desde el momoteísmo juedocristiano hasta el hinduismo y las demás religiones llamadas politeístas. La Gracia y Providencia Divinas procuran una llamada o un despertar de la conciencia - sea mediante un enviado o avatar, o mediante una visión profética - y ese despertar de la conciencia permite acceder al conocimiento de la veradera naturaleza humana y de las causas del sufrimiento, y la emulación del Uno, Verdadero, Bueno y Bello es en fín sinónimo de una vida virtuosa.

La visión hermética

En el Poimandres, primer tratado del corpus hermeticum, el autor, que se supone que es Hermes, relata una visión de Poimandres ("pastor de hombres"), personificación de "el Pensamiento (Nous) del Poder Supremo", que le transmite el conocimiento sobre la creación del mundo y el origen y salvación del ser humano. En este texto hermético, el demiurgo no aparece como una potencia malvada. Más en concordancia con la doctrinas neoplatónicas, nos dice:

"El Pensamiento, Dios, que es hermafrodita, vida y luz a la vez, engendró con la palabra otro pensamiento creador (nous demiourgos) que es el dios del fuego y del aliento vital. Y éste, a su vez, fabricó siete gobernadores que envuelven con sus círculos el mundo perceptible y cuya administración se denomina destino". (Corpus hermeticum, Tratado I, 2,9)

Una vez creados los seres animados, "el pensamiento, padre de todas las cosas, vida y luz, engendró al hombre a su imagen y le amó como a su hijo... y le entregó todas sus criaturas." (CH I, 2,12)

A continuación este hombre primordial observa la creación del demiurgo y Dios le concede el deseo de crear a su vez. El hombre entra en la esfera demiúrgica, "y los gobernadores le amaron hasta el punto de hacerle partícipe cada uno de su propia dignidad" (CH I, 2,13). Este pasaje puede entenderse como un descenso a través de las esferas y a la vez una identificación con los poderes planetarios. A continuación sucede lo que en terminología bíblica podemos llamar una caída en el pecado:

"El Hombre... se asomó a través de la armadura (harmonía = armonía, ensamblaje) de los círculos, rompiendo, al atravesarla, su cubierta, y mostró de este modo a la naturaleza conducida abajo su hermosa imagen divina... la imagen de la hermosísima forma del hombre se reflejaba en el agua, a la vez que su sombra se proyectaba sobre la tierra. Pero el hombre, cuando vio su forma en sí misma reflejada en el agua, se enamoró y deseó habitarla. Al punto, su deseo se hizo acto y habitó la forma irracional: la naturaleza acogió a su amado, lo envolvió por entero y se unieron, pues se habían enamorado. Como consecuencia, el hombre es dual: mortal por el cuerpo, inmortal por su parte esencial. Sufre así, sometido al destino, las consecuencias del estado mortal, a pesar de ser inmortal y poseer poder sobre todas las cosas. De este modo el hombre, aun estando muy por encima del acorde de los círculos, se convirtió en esclavo de la armonía." (CH I, 2,14-15)

El hombre pues, por ese error de amar su imagen en el plano físico, se extravía en la oscuridad de la materia.

En otro texto hermético, el kóre kósmou (Extractos de Estobeo XXIII), encontramos una identificación del Hombre Primordial con la esfera zodiacal. En este texto Isis instruye a Horus que Dios creó almas a partir de una sustancia sublime, y las "dispuso ordenadamente en secciones y depósitos en lo alto de la naturaleza celeste para que hiciesen girar el cilindro con un cierto orden y según un plan conveniente" (SH XXIII, 3,16). Estos depósitos aluden a lo que describe más tarde, cuando explica que Dios crea otra sustancia a partir de agua y tierra, insuflándole aliento vital, y a partir de una espuma que flota en la superficie modela los signos del zodiaco. Entrega a las almas el residuo de aquella mezcla y les invita a tomar este residuo y modelar algo semejante a su propia naturaleza. "Os proporcionaré estos modelos" ,dice, "y al punto tomó la mezcla y dispuso exacta y hermosamente la ordenación del Zodiaco, acordándola con los movimientos psíquicos y ajustando uno tras otro los signos antropomórficos del Zodiaco con los de animales, a los que concedió potencias activas y un aliento capaz de cualquier arte, generador de todos los acontecimientos universales que han de suceder por siempre" (SH XXIII, 3,19-20).

Aquí, el Zodiaco aparece como una esfera sublime que contiene los modelos de todo lo que se irá plasmando con el devenir del tiempo. Podemos entender que las potencias planetarias representan los señores del Tiempo que conforme a sus movimientos van actualizando aquello que está prefigurado en la esfera zodiacal. En cierto modo, es este proceso al que damos expresión cuando decimos que el regente de un signo (de una casa) es el encargado de realizar o actualizar aquello que promete esa casa. Pero quiero ante todo llamar la atención sobre el hecho de que las almas en su origen están dispuestas y tienen su morada en aquellas "secciones y depósitos" que conforman la esfera zodiacal.

El relato de Isis en el kóre kósmou prosigue con la creación de los animales por parte de las almas, seguido de una transgresión - "abandonaban sus propias secciones y depósitos". Como consecuencia, Dios - el Demiurgo de los gnósticos - "resolvió confeccionar el organismo humano para que en él sufriesen castigo eterno la especia de las almas" (SH XXIII, 3, 24-25).

En este relato, el cosmos no aparece como algo en sí malo, sino que refleja al contrario la perfección divina. Sin embargo, la "caída" el hombre se debe al elemento luciférico que le lleva a actuar en contra a su propia naturaleza, y hace que por Necesidad, por Ley fatal el alma humana quede encerrada en un cuerpo físico. Los poderes planetarios no son de por sí instrumentos de castigo, pero para el ser humano en su condición corpórea, errante, exiliada de la comunión con los dioses y desprovista de sabiduría, su administración - la heimarmene - se siente como un castigo y una aflicción.

El Tratado X del Corpus Hermeticum habla de cómo el alma, una vez arrastrada hacia lo corporal, es habitada por el olvido, no pudiendo participar de lo bello y lo bueno, ya que el olvido es origen de la maldad. Sin embargo, de modo análogo a lo que enseña Platón en el Timeo, el alma justa, digna y virtuosa volverá al cielo en virtud del Amor que también reina sobre ella, junto con la Necesidad. De lo contrario permanecerá transmigrando en sucesivos ciclos de existencia terrenal.

De hecho, el cambio - administrado por los ciclos planetarios - se considera un instrumento divino purificador: "...Dios no es responsable del mal. Si no que es la permanencia de lo generado la que lo hace florecer, y por esto creó Dios el cambio, para purificar la generación" (CH XIV, 7). En este punto, algunos textos herméticos rechazan expresamente la doctrina gnóstica de un Dios totalmente abscóndido, incapaz de crear y gobernar directamente el Universo.

Según la doctrina hermética, la heimarmene es consecuencia de una elección errada: "Disponemos de la posibilidad de elegir: en nuestro poder está el elegir lo mejor, e igualmente lo peor, (aunque) no intencionadamente, pues la elección que se refiere a lo malo nos liga a la naturaleza corporal y de ese modo el destino domina a quien lo elige" (SH XVIII, 3). De lo cual se colige que mediante la virtud y la elección del Bien, la persona es liberada. El paralelismo con la doctrina hindú del karma es patente.

Esta liberación del alma a menudo la hallamos descrita como un ascenso a la ogdoada, aquella esfera asociada al Zodiaco y a las estrellas fijas, y que en el mito gnóstico viene a ser la cara inferior del velo o límite que separa el cosmos del pleroma. Leemos en el Tratado I del Corpus Hermeticum:

“Cuando muere el cuerpo material, lo entregas a la alteración: la figura que tienes se vuelve invisible y confías al daimon tu inerte morada (ethos, el carácter moral). Por su parte, las facultades sensoriales del cuerpo retornan a sus fuentes, convirtiéndose en partes y restaurándose de nuevo para sus actividades. Mientras la ira y el deseo (lo irascible y lo concupiscible, la parte irracional del alma) se alejan hacia la naturaleza irracional.
Y así, lo restante se eleva hacia las alturas, pasando a través de la armadura (armonía) de las esferas:
En el primer cinturón abandona la actividad de aumentar y disminuir. (Luna)
En el segundo, la maquinación de maldades, ineficaz engaño. (Mercurio)
En el tercero, el ya inactivo fraude del deseo. (Venus)
En el cuarto, la manifestación del ansia de poder, desprovista ya de ambición. (Sol)
En el quinto, la audacia impía y la temeridad de la desvergüenza. (Marte)
En el sexto, los sórdidos recursos de adquisición de riquezas, ya inútiles. (Júpiter)
En el séptimo cinturón, en fin, la mentira que tiende trampas. (Saturno)
Llega entonces a la naturaleza ogdoádica,
Desnudado de los efectos de la armadura, y por tanto solo con su propia potencia.
Y, con todos los seres, canta himnos al padre y todos se recocijan con su venida. Oye entonces, ya igual a sus compañeros, a ciertas potencias por encima de la naturaleza ogdoádica, que cantan himnos a Dios en voz dulce.“ (CH I, 2,24-26)

Esta idea ya la hallamos expresada en el Timeo de Platón: el que haya vivido convenientemente el tiempo adecuado, volverá a la sede del astro al cual es afecto y tendrá una vida feliz y semejante a la del astro. (Textos Herméticos, nota pág. 165 )

El Apocalipsis de San Juan

La visión gnóstica de los siete Arcontes y de la esfera zodiacal como lugar al que accede el alma liberada - o al menos como imagen de y umbral de acceso al Pleroma - la encontramos también claramente expresada en el Apocalipsis de San Juan.

San Juan tiene la visión de una mujer revestida del Sol, con la Luna bajo sus piés y doce estrellas sobre la cabeza, a punto de dar a luz. Es amenazada por un dragón de color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos, que quiere devorar al hijo tan pronto como diera a luz.

Retablo del Maestro Bertram, (Alemania), siglo XIV

Este hijo es arrebatado hacia Dios, y la mujer es salvaguardada del dragón y alimentada por Dios en un lugar en el desierto. (Ap 12, 1-6) La Mujer es una imagen de la Pistis Sofía que da a luz al Hijo divino u Hombre Primordial, mientras que el dragón de siete cabezas evidentemene representa a las potencias del Demiurgo, los siete arcontes planetarios. En la literatura gnóstica y hermética, el Demiurgo a menudo es caracterizado como un ser creado de fuego. La cabeza de la mujer, el lugar más elevado y sublime de esa figura, la vemos adornada con las doce estrellas que representan el Zodiaco, mientras que sus pies se apoyan en la esfera lunar que envuelve nuestro mundo terrenal. "La Luna describe su órbita entre lo mortal y lo inmortal", leemos en el Corpus Hermeticum (CH XI, 2,7).

Al final del Apocalipsis, San Juan describe un nuevo cielo y una nueva tierra, y ve "la nueva Jerusalén bajando del cielo del lado de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su esposo" (Ap 21, 1-2), en la que "Dios mismo morará con los hombres". De nuevo una imagen femenina. El encuentro del novio y la novia y su unión en la cámara nupcial - una imagen recurrente en los textos gnósticos - evocan el tema del matrimonio sagrado o alquímico. En el mito del héroe y el dragón, el alma rescatada a menudo se une con el héroe.

Himmlisches Jerusalem

Del apocalipsis del Santo Sever, siglo XI

En el Apocalipsis, la Jerusalén celeste a continuación es descrita claramente en clave zodiacal:

"Tenía un muro grande y alto con doce puertas, sobre las puertas doce ángeles, y nombres escritos, los de las doce tribus de Israel... El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos doce nombres, los de los apóstoles del Cordero.... El (ángel) que me hablaba tenía una medida de caña de oro ... La ciudad es un cuadrado.... Midió la ciudad con la medida: doce mil estadios; su largura, su anchura y su altura son iguales. Midió su muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, medida de hombre, que es también medida de ángel". (Ap 21, 12-19)

Esta "medida de hombre" hace alusión al nombre de Adam, ya que los valores numéricos de las tres letras que integran tal nombre son el 1 (Aleph), el 4 (Daleth) y el 40 (Mem). Estos dígitos cabalísticamente forman el 144, que a su vez es el cuadrado de doce (12 x 12). De modo que el Apocalipsis nos informa en clave de la ciudad divina como estructura zodiacal, y de la identidad del Hombre Primordial - y el hombre restituido a su naturaleza divina - con esa medida de doce.

Esto se hace eco de un concepto muy parecido que encontamos en la literatura védica, y muy específicamente en el Brihat Parasara Hora Sastra, donde los versos introductorios del capítulo sobre los signos zodiacales rezan:

"... El señor Vishnu, el Invisible Tiempo Personificado, sus miembros son los doce signos comenzando por Aries (2) ... (El tiempo personificado) tiene sus miembros (con referencia a los doce signos respectivamente): Cabeza, rostro, brazos, corazón, estómago, intestinos, espacio más abajo del ombligo, partes íntimas, nalgas, rodillas, pantorrillas y pies.(4)"

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Hombre zodiacal, Alemania, siglo XV.

Esta es la melotesia que nos es familiar de la astrología occidental (ver imagen). Lo interesante es la identificación del zodiaco con el Dios supremo Vishnu personificado como Tiempo Cósmico, concepto que suele denominarse Kala-Purusha. Evidentemente, no se trata del hombre terrenal, sino de su contrapartida espiritual o divina, cósmica, equiparable al Adam Kadmon de la cábala hebrea.

En un cuadro del "Museum Hermeticum Reformatum et Amplificatum" (1678), se representa alegóricamente la visión hermético-gnóstica descrita. El hombre y la mujer - vinculados simultáneamente al Sol y a la Luna - están encadenados a las potencias de los cinco planetas, que penetran en la parte mundana del cuadro, mientras que el zodíaco se sitúa en la parte superior del cuadro que representa el mundo transcendente, inmediatamente por debajo de las huestes angélicas y de la Trinidad.

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Del Museum Hermeticum Reformatum et Amplificatum, 1678 (coloreado)

El sueño de Escipión y la Cruz Cósmica

En el Sexto Libro de su obra "Sobre la República", Cicerón relata el sueño de Escipión. En ese sueño, Escipión Emiliano se halla mirando abajo sobre Cartago desde una esfera iluminada por las estrellas. Se encuentra ahí con su abuelo, Escipión Africano, héroe de la segunda guerra púnica, y con su padre, el cual le profetiza:

"Escipión, imita aquí a tu abuelo; imítame a mí, tu padre, ama la justicia y el deber... Una vida así es el camino hacia los cielos, a esa reunión con aquellos que han completado sus vidas terrenales y han sido liberados del cuerpo, y que viven allá en el lugar... que ahora ves" (era el círculo de luz que más brillaba entre los demás fuegos), "y que vosotros, en la Tierra, tomando prestado un término griego, llamáis la Vía Láctea."

A continuación, Escipión Emiliano tiene una visión de las nueve esferas celestes, desde la esfera terrenal hasta la esfera de las estrellas fijas, y escucha la música celestial producida por el movimiento armónico de las mismas.

ecliptica y vialactea frontispicio Macrobio SuennoEscipion

Comentum Macrobii Ambrosii in somnium Scipionis - Manuscrito del 1469

Este texto llegó a ser muy conocido en los siglos venideros y en el Renacimiento gracias al comentario que escribió Macrobio (siglo V), que tomó el sueño de Escipión como marco para explicar la cosmología platónica. Comenta sobre la Vía Láctea:

"La Vía Láctea ciñe el zodíaco, cruzándose con él su gran círculo oblicuamente...
Se cree que las almas atraviesan estos portales cuando van del Cielo a la
la Tierra y regresan de la Tierra al Cielo..." (Macrobio, 12,1-2)

Esta interpretación de Macrobio hace referencia al "Mito de Er" que relata Platón en su obra Sobre la República, donde las puertas celestes conducen a un "pilar de luz" - la Vía Láctea - y la armonía de las sirenas apunta al movimiento de los planetas a lo largo de la banda zodiacal.

George Latura ha puesto de relieve que estas "puertas" por las que accede el alma a la Vía Láctea, representan la intersección de dos grandes círculos formando la letra X (Chi), que Platón menciona en el Timeo. Estos dos círculos Platón los denomina "de lo mismo" y "de lo alterno" o "lo distinto". Por su propia explicación es obvio que el último se refiere al plano en que se mueven los planetas, distintos entre sí. En lo que respecta al círculo de lo mismo, que describe la esfera de las estrellas fijas, de movimiento uniforme, muchos autores modernos interpretan que Platón se debía referir al ecuador, por describir la rotación diurna de las estellas fijas un movimiento parelo a éste. Sin embargo, los autores de la época clásica y neoplatónica entendían esta cruz X como la intersección entre el Zodiaco y la Vía Láctea - entre ellos Macrobio. La cita anterior continúa en estos términos:

"Esto es lo que Homero, con su divina inteligencia, señala en su descripción de la cueva de Itaca. Pitágoras también piensa que las regiones infernales de Dis
[Hades] comienzan con la Vía Láctea, y se extienden hacia abajo,
porque las almas que se alejan de ella parecen haberse retirado de los cielos."

Vemos en esta cosmovisión una interesante distinción dentro de la octava esfera. Por un lado el círculo zodiacal a lo largo del cual revolucionan los planetas. La "armonía de las esferas planetarias", en concordancia con las doctrinas herméticas y gnósticas, conforman el orden temporal y la administración del destino, la heimarmene a la que se ven subyugadas las almas en este mundo. Hemos visto que el zodiaco mismo es un umbral de acceso al Más Allá, a un plano de existencia superior y divina. En el esquema de Macrobio, el zodiaco parece describir el patrón arquetípico por el que se orientan los ciclos del devenir. El umbral, las puertas de acceso al lugar en que viven las almas liberadas - liberadas de la heimarmene y del karma - se hallan en los primeros grados de Sagitario y Géminis, en la zona donde la Vía Láctea cruza la eclíptica.

Más tarde, y según una tradición de proveniencia probablemente persa, encontramos en esta zona - concretamente en 3° de Sagitario/Gémnis - los grados de exaltación de los nodos lunares. Los nodos son el punto de intersección entre la órbita lunar y la eclíptica, el círculo descrito por el Sol.

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Imagen: Rafael Gil Brand

Se trata pues de un punto de encuentro entre dos niveles sistémicos diferentes: el sistema Tierra-Luna y el sistema solar. Su exaltación se encuentra, en perfecta analogía, en la intersección entre el plano del sistema planetario y la Vía Láctea, es decir el sistema galáctico. Según la definición moderna del ecuador galáctico, y la definición del zodíaco sideral que utilizo como base, estas intersecciones se encuentran a 7°29' Sagitario/Géminis.

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Imagen: Rafael Gil Brand

Tradicionalmente el nodo sur se exalta a 3°de Sagitario, y muchas figuras de la época islámica nos muestran al Centauro (Sagitario) apuntando con su flecha al dragón-serpiente que forma la cola de su mitad equina, y que suele representarse formando un nudo.

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Es obvio que en estas imágenes se ha querido plasmar la exaltación de la Cola del Dragón, ese mismo dragón que - recuérdese el apocaplipsis de San Juan - tiene bajo custodia al Alma. Una vez dominado al dragón, el héroe rescata al Alma, que de este modo es liberada y puede acceder al Pleroma, o al Camino de los Dioses, como los caldeos denominaban la Vía Láctea.

En la representación de Macrobio, se podría interpretar el zodíaco como el "camino de los hombres". Los siete arcontes se mueven en este plano, y éste es el camino que recorre el alma, que, atrapada aún en el entramado kármico, recorre la senda de las reencarnaciones. Al mismo tiempo, las 12 constelaciones del zodíaco pertenecen a la misma esfera de estrellas fijas que la Vía Láctea.

Las estrellas como potencias supercósmicas, de un orden superior al de la hebdómada planetaria, es un tópico muy extendido, por no decir universal. Un ejemplo es la identificación de las siete estrellas de la Osa Mayor con los siete Rishis o videntes que inspiraron los textos sagrados védicos. En la mitología hindú estos siete rishis no son seres humanos en el sentido terrenal, sino almas humanas que operan desde un nivel que podríamos denominar olímpico, codeándose con los dioses del panteón hindú. En las Pléyades por cierto fueron catasterizadas sus siete cónyugues, que según el mito amamantaron a Skanda, hijo de Shiva. Mientras los siete rishis circundan el eje del mundo (estrella polar), las Pléyades se inclinan hacia la eclíptica, y probablemente no sea casualidad que en sus inmediaciones encontremos la exaltación de la Luna - la Madre o nodriza por excelencia - a 3° de Tauro. Se ha encontrado una tablilla caldea que identifica la exaltación de la Luna precisamente con esta peculiar constelación (Ernst Weidner).

Erh babyl Mond klein

Ernst Weidner: VAT 7851, Parte delantera (Berlin)

La octava esfera y el zodiaco sidéreo

En la astronomía y astrología clásica, la octava esfera - término del que deriva la Ogdoada hermética - es el nombre de la bóveda de las estrellas fijas. Como hemos visto, el mito y la cosmovisión gnóstica, hermética y platónica asociaban directamente esta octava esfera con el zodiaco y la división en 12. El reconocimiento de un desplazamiento de los equinoccios y solsticios con respecto a las estrellas fijas llevó a postular una novena esfera, por lo demás invisible, en la que a la postre, y especielmente en la astrología medieval europea, se ubicaron los doce signos tropicales, ya que estos, en virtud de la precesión equinoccial, se desplazan con respecto a las constelaciones que les dan nombre.

Sin embargo, el zodiaco desde un principio fue concebido como sidéreo, como un círculo que codifica el espacio estelar, el nivel galáctico en el seno del cual nació y se desarrolló el organismo que llamamos sistema solar. La bóveda estelar o la galaxia - según el mito griego la leche surgida del pecho de la diosa Hera - en muchas culturas ha sido imaginada como una figura femenina, como una Gran Madre: La diosa Nut de los egipcios, la Aditi hindú, madre de los doce Adityas o dioses solares, incluso la Virgen María, Madre de Cristo Redentor - una figura solar - con su manto azul sembrado de estrellas. La Pistis Sofía de los gnósticos se hace eco de esta simbología.

Como ya expliqué hace unos años en mi ponencia sobre "El zodiaco sidéreo en la astrología árabe", el zodiaco sidéreo se siguió usando para fines astrológicos a lo largo de la astrología helénica e incluso en la astrología árabe, al menos hasta el siglo XV. A modo de ejemplo bien claro, citaré tan solo a Abraham Ibn Ezra, uno de los astrólogos y eruditos más importantes de la Edad Media. En su Libro de los Juicios de las Estrellas nos introduce el zodiaco en los siguientes términos:

„Los antiguos... dividieron la esfera en 12 partes y llamaron a cada parte „signo“. Le dieron a cada una 30 grados y cada signo recibió el nombre de la figura que se muestra allá.
Esto son los nombres de los signos: Aries, Tauro … Piscis.
Dichos signos están en la octava esfera con las otras figuras meridionales y septentrionales."

Esta definición del zodiaco es claramente sidérea, ya que Ibn Ezra asocia al signo directamenta con la figura, es decir la constelación de estrellas que le da nombre, y deja bien claro que los signos se hallan en la octava esfera, junto con las demás estrellas fijas. Ibn Ezra era muy consciente de la precesión de los equinoccios y de la distinción entre el zodiaco tropical y el sideral. En su Libro de los Fundamentos de las Tablas Astronómicas explica la diferencia:

"Hay que saber que la división de la circunferencia del firmamento por 12 se opera según dos opiniones, una según el razonamiento, y la otra según el sentido de la vista; aquella según el razonamiento es la opinión de Ptolomeo, y aquella según el sentido de la vista es la de los antiguos y según los hindúes, y cada una de ellas es verdadera y en cualquier caso necesaria para toda el arte." (pág. 84)

Llama a la división tropical "según el razonamiento", porque es necesaria la abstracción y el cálculo para ubicar los equinoccios y por tanto el punto de partida de esta división. El zodiaco sideral es una división "según la vista", porque podemos ver la posición de las estrellas y ubicar así los signos zodiacales.

En el texto citado, Araham Ibn Ezra explica a continuación para qué necesitamos el zodiaco tropical, y su lista incluye una serie de conceptos astronómicos que dependen efectivamente de este sistema de coordenadas, como la declinación, la altura meridiana, la duración de las horas del día y la noche, la ascensión y culminación de las estrellas, etc.

Acto seguido, Abraham Ibn Erzra nos enseña el uso del zodiaco sideral:

"La segunda opinión según los hindúes, que divide el círculo del firmamento por doce según el sentido de la vista, es necesario para conocer los domicilios de los planetas y sus exaltaciones y los contrarios de los domicilios y exaltaciones, y los signos de las triplicidades, y los términos y las faces y los signos masculinos y femeninos, y los grados masculinos y femeninos y oscuros y luminosos.... etc.“ (pág. 85)

No me queda nada que añadir al testimonio de este gran maestro medieval oriundo de Tudela.

La octava esfera y el sistema heliocéntrico

En el sistema geocéntrico vigente en época helenística y medieval, la Tierra se consideraba situada en el centro del mundo, mientras la octava esfera formaba el límite del Universo perceptible que, como hemos visto, en los sistemas gnósticos se asociaba con el umbral que separa el cosmos del pleroma, y que en cualquier caso pertenece - no solo espacialmente - a un orden superior al de las esferas planetarias.

A raíz de la astronomía ptolemáica, que fue el paradigma vigente hasta el signo XVI, se hizo necesario postular una novena esfera para explicar la precesión de los equinoccios. Esta novena esfera o primum mobile, se consideró portadora de la división tropical de la eclíptica, disociada de las constelaciones que dan nombre a los signos. En una visión geocéntrica del mundo, tal ubicación del zodiaco tropical se correspondía con la intuición gnóstica y hermética, incluso podía argumentarse que definía aquel eón límite más genuinamente que la octava esfera, al estar más allá de ésta.

Sin embargo, la revolución copernicana hizo trizas este esquema, contribuyendo probablemente a la crisis en que entraría la astrología un siglo más tarde. En un sistema heliocéntrico, el zodiaco tropical hemos de entenderlo como un círculo de la Tierra - un círculo de "casas de la tierra", como propuso denominar al zodiaco el astrólogo alemán Alfred Witte, fundador de la escuela de Hamburgo. Al desplazarse la Tierra alrededor del Sol, la intersección entre el ecuador celeste y la eclíptica es imposible ubicarla o siquiera imaginarla en una novena esfera. El movimiento de esa esfera en el sistema ptolemaico explicaba la revolución del cielo en 24 horas, cosa que hoy sabemos es un movimiento producido por la Tierra misma.

Pero, ¿qué es de la octava esfera? Al representar el ilimitado espacio galáctico que envuelve al sistema solar, reivindica con razón su lugar más allá de las órbitas planetarias, más allá del sistema solar, la hebdómada gnóstica. Es más, la astronomía moderna justifica precisamente la pertenencia de la ogdoada a un plano de existencia diferente, que transciende la unidad orgánica que constituye el sistema solar. Y esas puertas de que hablaban los neoplatónicos - y la análoga ubicación de la exaltación del Dragón a principios de Sagitario y Géminis, que solo tiene sentido en el zodiaco sideral - por las que las almas acceden a un plano superior - representado por el nivel sistémico de la galaxia - cobran pleno sentido en el sistema heliocéntrico, ya que la Via Láctea no es más que el plano central de la galaxia, de esa matriz galáctica que ha dado luz al sistema solar al que pertenecemos.

Desde una perspectiva sistémica del cosmos, podemos distinguir cuatro planos del ser, que básicamente ya están anticipados en las antiguas cosmologías:

La Tierra - el nivel de los elementos
El sistema tierra-luna - el mundo sublunar
El sistema solar - las esferas de las órbitas planetarias
La galaxia - la octava esfera

 

Kabalah Octava esfera

Imagen: Rafael Gil Brand

Quisiera terminar con una analogía cabalística. En el árbol de la Vida, el árbol de los diez Sefiroth o planos de existencia, los cuatro sefiroth del pilar central - Malkuth, Yesod, Tifereth y Kether - se corresponden perfectamente a los cuatro centros sistémicos de la astronomía moderna:

Malkuth - el Reino - a la Tierra

Yesod - el Fundamento - a la Luna, que forma con la Tierra un segundo nivel sistémico

Tifereth - la Belleza - al Sol

Kether - la Corona y sefirah superior - al centro galáctico.

En el orden sefirótico, a Kether le sigue inmediatamente Hokmah, la Sabiduría, denominada "Ahamot" (= Hokmah) de algunos textos gnósticos. Según los cabalistas, el chakra mundano asociado e Hokmah no es otro que el Zodiaco.

 

Literatura:

Textos Herméticos - Introducción, traducción y notas de Xavier Renau Nebot; Ed. Gredos, Madird 1999.

Textos gnósticos - Biblioteca de Nag Hammadi, tomos I-III - Editados por Antonio Piñero, José Montserrat Torrents y Francisco García Bazán; Ed. Trotta, Madrid 2000

Abraham Ibn Ezra - El libro de los fundamentos de las Tablas astronómicas, edición crítica por José Ma. Millás Vallicrosa; CSIC, Madrid-Barcelona 1947

Abraham Ben Ezra - Libro de los Juicios de las Estrellas, tomo I; Ed. Bibliotesa de Sirventa

David Brakke - Los gnósticos, mito, ritual y diversidad n el cristianismo primitivo; Ed. Sígueme, Salamanca 2022

Franz Cumont - Astrología y religión en el mundo grecorromano; Edicomunicación S.A., Barcelona 1989

Rafael Gil Brand - Himmlische Matrix (Matriz celeste); Ed. Chiron, Tübingen 2014

Hans Jonas - Gnosis - die Botschaft des fremden Gottes (Gnosis - el mensaje del dios ignoto); Verlag der Weltreligionen, Leipzig 2008

George Latura Beke - Visible Gates in the Pagan Skies; G.Latura 2009
Macrobius Ambrosius Theodosius - Comentario al "Somnium Scipionis" (latín-alemán), ed. por Friedrich Heberlein; Bibliothek der lateinischen Literatur der Spätantike, 2019
Platon - Obras completas VIII: Philebos, Timaios, Kritias (griego - alemán); Ed. Insel, Leipzig 1991

Ernst Weidner - Gestirn-Darstellungen auf babylonischen Tontafeln (Representaciones astrales en tablillas babilónicas); Academia austríaca de las ciencias, Viena 1967

 

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Rafael Gil Brand

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